Érase que se era un joven cuentacuentos. Y como todos los cuentacuentos, detallaba historias que siempre tenían moraleja, porque le gustaba adoptar una pose didáctica. No le gustaban los finales felices, quizá porque sabía que el suyo no era tan feliz como había esperado unos años antes, cuando su deseo de contar una historia diferente cada día aún no se había hecho real.
Y cada atardecer, cuando se sentaba frente a su público contaba mil cuentos distintos, unos divertidos, otros amargos, siempre con la ironía como telón de fondo. Pero nada le llenaba, y, mientras contaba, momento a momento iba comprendiendo que nada era nuevo, que cada frase que pronunciaba no era suya sino que había sido dicha muchas veces antes por otro que quizá tenía más talento que él. Aquello le obsesionaba hasta el punto de considerarse a si mismo un ladrón de ideas.
Sin saber como, dejó que su vida girara en torno a aquello que nunca consiguió, a la frustación de ser un imitador, con talento, pero un imitador al que permitían ser el triste preludio de una actuación reconocida. Una de tantas en la que su nombre sólo era un montón de letras de relleno en un cartel que le venía grande.
Hasta que una tarde el artista principal de la presentación tuvo que salir de viaje y el logró ser, de forma temporal, el protagonista de la noche. Pero el miedo comenzó a hacer su efecto, poco a poco, sin avisar, causando los mismos estragos que una pequeña herida que se va infectando poco a poco hasta que la cantidad de pus es mayor que la de tejido sano. Así comenzó a machacar a los principiantes que en esas tardes intentaban hacerse un hueco y lograr lo que él no había conseguido. Al principio eran pequeñas interrupciones, después dejó que los iniciados escribieran los cuentos y él fuera el que les pusiera la voz. Pero siguió siendo infeliz. Continuó mintiéndose cada mañana a sí mismo y engañando a los demás hablando de ofertas en teatros que no existían, con amigos que acudían a sus funciones y con una princesa que bebía los vientos por él en un reino lejano que ni era tan real ni vivía tan lejos. ¿Logrará alguna vez ser feliz?
Mientras encontramos una respuesta nuestro cuentacuentos sigue dejando pasar las horas, esperando que otros hagan lo que él no puede hacer, para seguir teniendo historias que contar a un público que va siendo consciente de sus mentiras y que va dejando de escucharle. Quizá mañana alguno de sus secundarios haga que esta sea su última noche de protagonismo.