Saqué el antifaz, el sable y el sombrero
dispuesta a imitar al poeta del Tajo.
Bailé con las letras, inclinada a ganar,
y al final, se me atragantó la jota.
Con su sonido gutural. Vomitivo. Estertóreo.
El sable, aun envainado, sangraba tinta a borbotones.
Cayó el antifaz, herido de mi impostura,
y echó a volar el sombrero, rima arriba, río abajo.
Fue entonces cuando comprendí que nunca podría igualar al maestro.
A él nunca se le escapan los versos
ni batallando con una jota ni ahogados en el Tajo.